Para que exista evolución
cultural es necesario que exista contracultura. La contracultura solo puede ser
impulsada por los jóvenes. Sartre
incluso llego a afirmar cuando vio a los revolucionarios cubanos bajar de las
serranías, que las revoluciones, solo pueden ser hechas por jóvenes. Allende, a
quien la historia le absolvió y elevado, señalo en algún momento de su vida, que
“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.
La juventud es un periodo de
tiempo inagotable. Si bien el cuerpo envejece, los espíritus pueden permanecer
jóvenes, hasta el agotamiento del ser. Pero más allá del iluminista significado
de esa tesis, se podría entender la juventud como un periodo bastante corto de
tiempo, con más bajas que altas y con más amargos que dulces.
La juventud permite cometer
errores hasta inocentes. Poseer y tener pensamientos e ideas que rayan en la
fe, e incluso, embarcarse en causas perdidas o abstractas. La juventud es un espacio
para el crecimiento que nunca, históricamente hablando, había sido tan largo
como en nuestros días.
Ahora bien, si la juventud está
repleta de errores y fallas, ¿Por qué el pensamiento universalista nos los hace
pasar como indispensable para hacer la revolución o incluso, clase elegida para
lograr la revolución?
Inicialmente porque todo proceso revolucionario es por axioma,
transformador, y lo común es que una persona mayor, o de espíritu avanzado, sea
conservadora. Ciertamente un conservador puede tener 18 años de edad u 81 años,
es irrelevante, pero un revolucionario, necesita la fuerza física, moral y
espiritual para cambiar el mundo que solo se encuentra en la juventud.
Cuando estudiamos la historia,
ninguna revolución socialista se ha hecho con sangre vieja. La revolución
Mexicana, la Ruso-Soviética, la Germánica, la Checa, la Indochina, la China, la
Camboyana, la Cubana, la Venezolana-Bolivariana y un largo etcétera, fueron
realizadas por los jóvenes. Sí, pensadas por los viejos, por los iluminados,
por Lenin, Mao, Ho Chi Ming, Maneiro, pero ejecutada por hombres y mujeres
jóvenes que incluso, llegaron a sufrir aquello contra lo combatían.
Podríamos parafrasear aquel
famoso aforismo filosófico y decir, los jóvenes hacen lo que los viejos han pensado.
O como cantaría Alí Primera, sangre joven, sueño viejo.
Ahora bien, al igual que la
revolución, el tiempo no se detiene. Por consiguiente, cuando triunfa una
revolución, los jóvenes que se pusieron al frente de ella, envejecen. Cambian
el mundo en el proceso, pero envejecen. Es muy difícil, casi imposible, no
hacerse conservador de los logros de una revolución.
Por ejemplo, la sociedad
venezolana de los años 60’s estaba profundamente enamorada del voto popular,
algo que se logra tras la dimisión de Marcos Pérez Jiménez, es decir hubo una
revolución que suscitó un hecho extraordinario. Pero la generación de los 70’s,
80’s y 90’s apenas si entendía la importancia del voto popular y apenas si
ejercía ese deber-derecho.
La revolución es un proceso dialectico,
inagotable y enteramente moldeable. Esa situación genera una dificultad
identificada por Ernesto Guevara de la serna; cuando lo extraordinario se hace
cotidiano, estamos haciendo revolución.
El objetivo de toda revolución
es, entonces, alcanzar lo extraordinario. A mi entender –con 26 años de edad-
ver en Venezuela, milagros cómo la Gran Misión Vivienda Venezuela, o los
sistemas de protección al pueblo en cuanto a salud y economía, los eventos
políticos tan apasionantes, la apertura al pueblo al poder político-moral-histórico,
es abrumadoramente extraordinario. Ser testigo de cómo Pablo Pueblo y María
Aguirre cogen un micrófono de TV y arman un reportaje que es transmitido, o
como impulsan un sistema tan revolucionario –en la condición más estricta de la
palabra- como los CLAP, o pueden aspirar a concejalías y diputaciones de orden
no burgués sino popular, o como sus hijos y ellos mismos poseen el arma más
eficiente para quebrantar el imperialismo, la tecnología, es abrumadoramente
extraordinario.
Quizá el día a día no nos permita
ver eso, no nos permita apreciar lo increíble que es ir a un consultorio médico
en el barrio donde moramos cuando hace apenas 20 años –una generación según Strauss-
moría en las puertas de un hospital. Sin embargo, cuando reflexionamos cosas
tan simples como esas, cuando hablamos de la congelación de salarios y las
comparamos con el sistema de protección al mismo implementado hoy día, o la transformación
educativa, podemos incluso llegar a perder la respiración, a necesitar un
momento para sentarnos y pensar.
Sí, es extraordinario. Pero,
¿Para quién es extraordinario? Los
metodólogos y los reduccionistas suelen aplicar una norma con la que no estoy
muy de acuerdo para señalar lo que es extraordinario. Según indican, “Todo aquello
que impacte profundamente la vida de una generación, es extraordinario-. Esta estructura de pensamiento no solo es
enteramente positivista, sino que también niega profundamente el materialismo
dialectico y por consiguiente la importancia de la lucha de clases dentro de lo
que es extraordinario.
¿Para quienes es más
extraordinaria la invención del teléfono, para un campesino en quien sabe que
rincón del mundo, o para un burgués en la Gran Manzana? Si bien, el burgués le dará
un uso mayor y probablemente cambien el mundo con el teléfono, la invención, la
extraodinialidad, es más grande siempre, para quien no disfruta inicialmente
del progreso, para quien no ve inicialmente lo extraordinario.
Es por eso que no se puede
acoplar en una misma generación lo que es extraordinario. Personalizando
nuevamente, para mí, hijo de obreros es impresionante tener una computadora al
alcance de mis manos otorgada además por el Estado. En cambio, para Juan, hijo
de directores, burócratas o –inserte título parasitario aquí- es algo común.
Es por tal motivo que toda
revolución tiene adversarios, tiene contra revolucionarios. Aquel que no es
tocado por lo extraordinario, es un conservador contrarrevolucionario, aquel
que ha sido tocado por lo extraordinario pero aun así adversa a la revolución,
es un desclasado.
Es entonces que el proceso
revolucionario se hace más complicado de seguir. Una generación ve y vive lo
extraordinario creado por la revolución, más específicamente, un grupo de esa
generación. Lo siente, lo percibe, es parte de eso. Por consiguiente defiende
esos logros, defiende esa revolución, y si no concibe la manera de revolucionar
la revolución, se convierte en un conservador para quien la revolución, es estática;
mata a la revolución y a sus propios logros.
Cuando aparecen las nuevas
generaciones surge la disyuntiva, disfrutan los beneficios de la revolución,
disfrutan de lo extraordinario, y para ellos incluso más que cotidiano, es
común; es ordinario. Ciertamente, algunos miembros de las nuevas generaciones
pueden llegar a apreciar los logros
extraordinarios de las generaciones anteriores, incluso defenderlos, pero
sensitivamente es imposible que logren comprenderlos en pleno.
El mejor ejemplo que hemos tenido
de esto, pudo haber sido la llamada primavera de Praga. Ciertamente fue
impresionante ver a una generación entera, levantarse contra lo que sus padres
y abuelos, con enorme sacrificio, habían logrado.
Solemos criticar mucho a los
jóvenes por no identificarse como conjunto pleno con los procesos
revolucionarios anteriores a ellos. Sin embargo, eso también sería negar la
dialéctica misma de una revolución. Recordemos, los procesos revolucionarios
son atemporales, por consiguiente, no podemos sentir jamás lo mismo, más allá
de la admiración inagotable, que un americano mientras Bolívar erigía el
proyecto Mirandino. No podemos pedirle jamás, a un joven venezolano, que sienta
el mismo ardor en el pecho cuando se habla de los salarios congelados, de los
niños muertos a las entradas de los hospitales, o de los comités de los
bachilleres sin cupo, simplemente porque esa no es su realidad, no podemos
exigírselo ni a esos jóvenes que contradiciendo su impulso dialectico,
reconocen los logros de la revolución y se unen a su continuidad y evolución,
especialmente no podemos pedírselo a ellos.
Sería absurdo negar que en
Venezuela hay una marcada división política en los jóvenes. La oposición
venezolana, haciendo uso de estrategias sociológicas, ha sabido engañar a la
mayoría de los jóvenes para que se conviertan en defensores de aquello que ya
fue superado y vencido, les han convertido en portadores de banderas rotas.
Ahora bien, ninguna bandera rota
puede ser levantada nuevamente, es políticamente inviable. Cuando una idea es
fracturada, pasa a ser referencia, historia, más no forma. Es tan inviable
señalar que el marxismo-leninismo o el socialismo en un solo país es la vía por
la cual todos debemos caminar, como que la democracia representativa es la
esperanza en la caja de pandora.
Esa estrategia ha logrado socavar
el espíritu joven que por motivos históricos, la oposición tenía ganada. Han
impulsado el postmodernismo, la aldea global, la igualdad dentro de la
diferenciación, y la etnofagia creando una especie de Golem, una masa sin alma
y sin posibilidades de vivir más allá de la colocación del papel en la boca.
En cambio, la revolución
bolivariana ha captado el brillo de esa generación, la que a mi entender, tiene
más posibilidades de lograr lo imposible que ninguna otra. La ha cuidado, cultivado
y trabajado lo suficiente, como para que se convierta en la flor que se levante
para deslumbrar a los pueblos del mundo.
Más allá de sentarnos a criticar,
a veces desde torres de marfil ideológicas, lo que pasa con nuestra juventud
–de la cual a pesar de mi edad las condiciones antropológicas me separan-,
debemos entender lo que pasa allí, ¿No fueron los jóvenes hermanos de los
jóvenes que hicieron la revolución los que derrocaron a Plot Plot? ¿No fueron
jóvenes los que iniciaron las oleadas de balsas a Miami? Por muy cínico que
parezca, debemos aceptar que cada revolución pierde una parte de las
generaciones noveles, de las generaciones que no hicieron la revolución, sin
embargo, como ella misma, la juventud es inagotable, por consiguiente, 3 jóvenes
que comprendan, defiendan y hagan evolucionar los procesos revolucionarios, son
mucho más, que 10 apáticos que piensen en irse del país.
Recordemos el poema de Dalton en
plena primavera de Praga si, decepcionemos a veces sí, lleguemos incluso a
sentir indignación, es cierto, pero también recordemos, que las alamedas que
construimos, no son para que caminen nuestros hijos, sino para que caminen
nuestros nietos. Esa es la esencia de la revolución.
Fex López Álvarez.