Al igual que Víctor Valera Mora, suelo amanecer plenamente
enamorado de Corea del Norte. El socialismo es una causa hermosa, a decir de
Ernesto Guevara de la Serna, la más hermosa de todas las causas. Luchar por los
derechos de los descamisados, de los desprotegidos, a la par que se promulga
una nueva etapa de la evolución humana llega a ser loable hasta lo sublime.
Ahora, si entendemos el socialismo –desde el concepto más
básico- como la tesis de socialización de los medios de producción, fruto de la
edad industrial, es natural que todo intento de evolución de ese sistema se
haga por parte del sujeto histórico preponderante de dicho sistema, es decir,
el obrero y el campesinado orientado a la producción industrial de bienes de
consumo.
Cuando Marx propone el socialismo como próximo paso de la
evolución humana –esto sustentado en los estudios hegelianos-, no logra
separarse plenamente de su herencia judía, y elige al proletariado como sujeto
histórico de transformación. Si bien, lo identifica bajo el método hegeliano de
la evolución dialéctica de la historia, Marx, el genio más grande de los
últimos siglos, simplemente niega cualquier aporte por la materialización de su
idea, que no provenga de los factores inmiscuidos en el juego del capital.
Para representar esa barrera dogmática, el símbolo
internacional del socialismo son la hoz (Sai, machete, cuchillo –según las
latitudes-) y el martillo. Estos símbolos casi masónicos, que se muestran
imponentes tanto en murales como en billeteras son un auténtico alicate que no
solo ahorca las relaciones originadas por el capital, sino que también,
prohíben la entrada de todo factor divergente, a la lucha contra el capital.
Tras la victoria de los bolcheviques, la puesta en marcha de
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la industrialización orientada
al socialismo, y la victoria en la Segunda Guerra Mundial –todo eso en menos de
50 años- se estipuló una especie de
dogma bienllamado “Iglesia Roja” en la que, la única vía que existía para
alcanzar el socialismo era con una revolución violenta, un ejército de obreros,
guerrilleros campesinos y un partido vanguardista que sirviera de generalato a
la cabeza de esos factores.
La lucha de clases se convirtió entonces para los
izquierdistas, en la única forma de hacer revolución. Si, esta tesis es central
para la construcción del socialismo. Si, esta tesis es la esencia misma de
la evolución dialéctica humana. Sí, todo
ser inmiscuido en la condición de proletario, debería alzarse contra las
fuerzas que le oprimen, empero, al igual que todo sistema de represión, el
Capitalismo tiene un mecanismo para opiar al sujeto histórico de nuestra era.
El esclavo era reprimido por la fuerza, el sirvo por la
religión, el proletario por el bienestar. Para evitar que los inmiscuidos en el
juego del capital, contrarios al capital, se levanten, se crea un estado de
bienestar en el que el obrero llega a tener beneficios “extras” de su trabajo.
Seguro médico, ropa para trabajar, vacaciones pagas, bonos de compensación y un
montón de cosas más, que son solamente, una pisca del plus valor generado por
trabajador. Un mero arañazo a la plusvalía creada por ellos mismo.
Para ampliar ese efecto, El Capital, al igual que la
aristocracia absolutista y la monarquía, genera grandes espectáculos
deportivos, formas incluso bastardas de comer, y eventos mediocres dramáticos
para mantener adormitado al sujeto histórico al cual los militantes de los
partidos de vanguardia, deben buscar para guiar para hacer la revolución para
alcanzar la evolución de la sociedad, para entonces darse cuenta que es
imposible. Propaganda partidista, discurso iluminado, idea, no le gana a
fútbol, Mc’Donals, ni telenovela mexicana.
Es allí cuando un factor, clave de la sociedad, negado por
justamente por el marxismo más ortodoxo, debe tomar las riendas para inculcar
en el sujeto histórico, la necesidad de luchar por la causa socialista; Los
artistas y los pensadores.
Los creadores de cultura han sido en los tiempos modernos,
quienes más se han acercado a las luchas de la izquierda, quienes han tenido,
quizá por poseer cierta sensibilidad especial, más acercamiento y más
compromiso con la idea de la evolución de la sociedad representada en el socialismo.
Neruda, Sartre, Primera,
son solo unos cuantos de nombres de pensadores y artistas que al unirse
a la lucha por la evolución dialéctica humana, por el socialismo, comprendieron
de inmediato, que el aporte de los
intelectuales y artistas a la revolución, debe ser casi desde las sombra pero
llega a tener incluso más importancia que la lucha en la primera línea, pues
desde el arte, desde las letras, desde el celuloide, desde la música se debe
crear de forma casi sublime, la nueva cultura que aplaste definitivamente ese
estado de bienestar que como parasito cultural se inocula en la mente del
campesino y del obrero.
El juche, la filosofía pseudo marxista norcoreana reconoce
el esfuerzo que los intelectuales deben hacer por la construcción del socialismo.
Existe la idea generalizada de que los pensadores, no son conscientes del mundo
que les rodea, quizá culpa del pobre Tales cuando cayó en aquel pozo por ver y
pensar el movimiento de las estrellas. Pero lejos de esa realidad, el auténtico
pensador, el auténtico artista, no solo
debe estar consiente de cada mínima cosa que ocurra en su
época, sino que debe colaborar activamente a la construcción de un nuevo mundo.
Ese es el único y enorme aporte que los artistas y los filósofos pueden dar al
socialismo.
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