Carta sin numero
"Ya no pretendo enumerar las cartas. ya no pretendo siquiera, volver a escribir para ti. Estas letras que se que no leerás, son una marcada despedida. Ya no puedo esperarte, no porque no lo quiera, sino porque si lo sigo haciendo, eso que una vez, según tu quisiste; morirá en mi lugar.
No se trata de que me rinda, no se trata de abandonar algo por lo que he luchado con cada gramo de mi alma; ni siquiera se trata del escaso dolor que siento ahora en un costado de mi alma y que se siente en el recipiente roto de la misma. Se trata realmente de no mendigar más cariño.
Para ser alguien que se ufana de haber sido lastimada, no solo haces más daño del que cualquiera podría imaginar al verte, sino que también pareces saber hacerlo, y como si fueres la mejor de los esbirros, la más sádica de los torturadores; pareces disfrutarlo.
Ya hoy, se que no hay vestidos que te pongas, ni el de bruja ni el de cristal, que pueda causar algo en mi alma, que no sea dolor. Perdóname por ser tan sincero al cocer estás palabras sobre el papel; pero es que como dice la canción que una vez te dediqué; ya he barrido el querer usando tus propios pinceles.
Si te soy sincero, ya ni me importa que me comprendas, no me despido porque sé que no notaras si estoy. Se que no te extrañaras, mis letras, mis canciones bajo el manto estrellado, ni mi risa, ni mis ojos, ni mi boca, ni mi alma; no notaras que he marchado porque nunca me dejaste entrar a casa.
Y si en algún momentos notas que no estoy, si en algún momento me extrañas, (algo que sé que no pasará) ya no estaré aquí. Marcharé, que las aguas marquen mi rumbo; pero que sea lejos de vos.
Ya no te amo."
Yo. Nadie.
Y
sin embargo, la noche en que Alejandra Uzacateguí leía aquel papel, era ya muy
tarde. Muchos días habían pasado desde que Saulo Orinoco había cruzado el
Caribe en un bongo para internarse quién sabe en qué isla, huyendo más que de
otra guerra perdida, del amor fracasado. Ciertamente, y como le había pasado en
toda la vida, Saulo Orinoco no podía decir, ni siquiera a sí mismo, que era
plenamente algo.
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