Toda relación humana conlleva sacrificios. La política, máxima
expresión de las relaciones sociales, se construye a base de sacrificios ideológicos,
éticos, y humanos.
En los años 90’s, la llamada clase media se encontraba en
nuestro país en la ruina absoluta, dispersa, extraviada y al borde de la desaparición.
Son el chavismo y la bonanza petrolera la que permitieron –por diversos
factores- que esta no solo subsistiera, sino que también se fortaleciera y
creciera hasta convertirse técnicamente –en términos strausianos- en una casta.
Es una ley de la dialéctica de la historia que toda clase o
casta social pujante busca acceder al concierto político levantando las
banderas más similares a sus intereses reales. Tomando esto como norma, la
clase media venezolana debería ser junto a los otrora miserables, los máximos defensores
de la Revolución Bolivariana. Entonces, ¿qué ocurre en nuestro país? ¿Qué impulsa
a jóvenes de muy acomodada posición social-económica a ser el ejército con el
cual la burguesía enfrenta al Estado Nacional?
En un simple ejercicio de descarte se puede dar con el punto
clave de esta anomalía que rompe sutilmente las leyes de la historia. No se
puede hablar de cuestiones ideológicas pues la oposición venezolana, por muy
acertadas cuestiones propagandísticas cayó en la reacción y abandonó plenamente
la filosofía política. Si queremos encontrar una prueba de esa tesis basta con
escuchar a uno de estos “soldados” para darse cuenta de que ninguno es capaz de
articular 3 oraciones ideológicas coherentes.
Tampoco se trata ya, de la “horrible hambruna” que la
terrible dictadura de Maduro nos obliga a sufrir –bla, bla, bla-. Primero toca
recordar que para muchos de nosotros el tetero era agua de pasta con comida
para perros. Segundo, cualquier persona en cualquier pueblo o ciudad del país puede
pasar por casi cualquier pizzería, heladería, asado o avenida de bachaqueros y
encontrarse con lugares repletos de comensales, bolsas en las manos y dulces en
las bocas. Los días gruesos de poco
comer por la guerra económica, de a poco, están siendo superados gracias a la
vuelta a la tierra, la racionalidad a la hora de comer, el CLAP y el extraño
poder adquisitivo del venezolano, y los que más disfrutan de esto son esos jóvenes
de clase media donde la verdadera oposición política tiene sus madrigueras.
El asunto entonces solo puede ser cultural.
El humano –en su grueso- es un animal de rebaño, una bestia
que evoluciono lo suficiente como para seguir de forma inconsciente las tendencias
y costumbres. La mayor parte de los humanos sienten la necesidad de ser parte
de algo, de entrar en el status quo, obtener el pasaporte de la aldea global. No
importa cuan horrendo u ilógico sea el acontecimiento, si un grupo lo hace,
mucha gente lo verá como normal y querrá unirse a dicha acción. Así podemos
explicar simplemente, violaciones masivas, linchamientos, lapidaciones, o como
niños criados por un estado absurdamente generoso son hoy la amenaza máxima a
un país con poco más de 20 años de paz –una generación-.
Esta enfisbena acéfala busca ser parte de algo, ese algo, ha
sido perfectamente tipificado por la oposición venezolana logrando convertir a
todo lo que sea chavismo, en una figura odiada y rechazada. Sin sutileza
alguna, la verdadera oposición a logrado identificar en el chavismo todo lo que
debe ser odiado hasta lo psicótico por estos jóvenes a los que les han
arrancado el alma. Se trata de que se encontró el ese punto orweliano donde
todo lo que representa el Estado Chavista, desde edifico hasta persona, debe
ser atacado por estos seres que renunciaron a la individualidad del
pensamiento.
Ahora, el Estado venezolano es moderno y hasta ejemplar, por
lo cual, este formidable “ejército” que me hace recordar días extraños en
Camboya, que bien pudo acabar con cualquier gobierno de la tercera republica,
busca destruir infructuosamente la quinta.
La oposición no tiene rostro, es más bien un titiritero que
desde las sombras controla a títeres capaces de asesinar, quemar, saquear y
destruir un país solo por ser parte de algo, para seguir el rebaño.
Voluntariamente, por evolución o hasta por buena fe, la
juventud de clase acomodada venezolana –tocando ya las populares- se ha hundido
en un mar del que no podrán salir. La violencia les perseguirá de por vida, la frustración, el estrés post traumático, la psicopatía,
la cárcel, la discriminación será su pan de cada día. Se trata de corderos que
han sido degollados por un sacerdote sin rostro, como si se tratara de un irónico
sacrifico.