martes, 29 de marzo de 2016

Unidad de Ambiente Municipal y Grupo Megaterios se despliega en unidades educativas de Tinaquillo

Tinaquillo, 29 de Marzo.- En cumplimiento con el 5to punto del plan de la patria, y tras los acuerdos alcanzados entre comunidad y estado en las actividades correspondientes al gobierno de calle, la unidad ambiental de la Alcaldía Bolivariana de Tinaquillo, en conjunto con el grupo ecologista Megaterios, desarrolló jornadas formativas relacionadas al aspecto ecológico en varios centros educativos de la entidad cojedeña.

La escuela Básica Rural Pegones, y el Liceo Bolivariano Batalla de Taguanes en San Isidro, fueron las unidades educativas directamente involucradas en estas actividades.  Las mismas estuvieron orientadas hacia la conservación del ambiente, la preservación de la diversidad biológica y el desarrollo sustentable de productos agrícolas a través de huertos escolares y municipales.

Estudiantes de distintos ciclos educativos fueron participes de estos eventos formativos. De esa forma, pequeños niños preescolares o pertenecientes a la primera etapa formativa, el periodo de mayor aprendizaje humano, conocen ya, la importancia de la preservación del medio ambiente y la necesidad del desarrollo autosustentable en lo referente a producción agrícola a pequeña escala. También los jóvenes en los últimos ciclos formativos asistieron a estas actividades, convirtiéndose a la vez en repetidores de la información brindada y en activistas ecológicos de sus comunidades.

Cambiar el sistema, no el clima
Es importarte recalcar que la revolución Bolivariana está comprometida con el desarrollo del Ecosocialismo. No es un punto neutro el 5t0 paso del plan de de la patria, se trata de preservar la vida humana y a la vez, el planeta tierra que tanto ha sufrido a causa del hombre. Todos los ciudadanos debemos, sin distinción alguna, colaborar al reciclaje, fomentar los huertos escolares y urbanos, ahorrar energía eléctrica, no desperdiciar el agua, colaborar a la prevención de la fauna, de la flora y de las distintas bendiciones naturales de este pequeño planeta. 14 mil millones de años le ha costado a la tierra regalarnos un ambiente sano, nosotros en apenas 12 mil años de existencia, no podemos ser los causantes de nuestra propia extinción y la de las demás especies.

Fex Lopez Alvarez 

Más de 9mil temporaditas se movilizaron en Tinaquillo durante Semana Santa

Tinaquillo, 28 de Marzo.- La Semana Mayor siempre es sinónimo de grandes movilizaciones turísticas, de momentos de esparcimiento, y de la realización de actividades culturales fundamentadas en la vida eclesiástica de la nación. Este año, Tinaquillo, el destino turístico favorito de los cojedeños, vio la mayor cantidad de visitantes de la historia propia, cuando 9321 ciudadanos se desplazaron a lo largo y ancho del municipio.

Los parques ecológicos Los Manantiales y Los Angelitos, vieron el mayor tráfico de temporadistas en el asueto. Cojedeños, carabobeños, aragüeños y zulianos, organizaron viajes a ambos centros de recreación turística durante la Semana Mayor. Los Tinaquilleros en cambio, se movilizados a través del servicio gratuito de trasporte BusTaguanes (esto organizado por la Alcaldía Bolivariana del Municipio), y por medios de trasporte propio.

Durante el receso por las fiestas religiosas, también se realizaron otras actividades relacionadas al vivir cultural del venezolano. La feria del Chiguire se mantuvo toda la semana, se celebró la feria del Artesano, la Feria del Pescado,  y además  4mil palmas fueron bendecidas en la Iglesia Nuestra Señora del Socorro recordando la entrada de Jesús como líder político-social a la Jerusalén títere del Imperio Romano.


Cabe destacar que durante todo el asueto, las Oficina Nacional Antidrogas (ONA) y la Milicia Nacional Bolivarina (MNB), en conjunto con las policías estadales y municipales en la entidad, prestaron servicio no solo de protección sino también en apoyo organizativo en las actividades, acumulando así, mayor experiencia para próximos eventos similares. 

Expo-Feria Gastronómica-Artesanal da inicio a las actividades culturales de la Semana Mayor

Tinaquillo, marzo 19.- Con motivo del asueto de Semana Santa, la Alcaldía Bolivariana de Tinaquillo, en conjunto con el Ministerio para el Poder Popular del Turismo (Mintur), y con motivo de la celebración del día del artesano, se organizó  una Expo-Feria en el parque ecológico Los Manantiales, la cual contó con la participación de 12 expositores de todo el estado.

Esta es una actividad que se realiza año tras año donde los artesanos del estado, se reúnen para no solo exponer sus creaciones artísticas sino también, para dar testimonio vivo de la cultura cojedeña, pues como señaló María Natera, una de la expositores, “el artesano es la memoria histórica de un municipio”.

El evento fue una autentica gala de creatividad, donde se demostraron los distintos materiales que se pueden trabajar para crear arte. Desde materiales reciclables como periódico o telas, hasta los más nobles  como el pino blanco o el acero. De esa forma, juguetes de madera, muñecas de trapo, pulseras y collares de cuero y metal, se le presentaron a la población tinaquillera junto con los dulces típicos de la región.

Se espera además, que 6 mil visitantes, entre nativos y foráneos, visiten en esta Semana Mayor, el parque ecológico Los Manantiales, donde diversas actividades culturales y recreativas, se estarán llevando a cabo durante todo el asueto. 


sábado, 5 de marzo de 2016

Funeral rojo

Sobre lágrimas y rosas 


NADIE VESTÍA DE NEGRO, nadie estaba allí por mero compromiso, nadie permanecía en silencio, y sin embargo, aquello era un cortejo fúnebre. El más grande que nuestro continente hubo visto, el más largo, el más comprometido, y el más doloroso de todos. Por allí caminamos todos, siguiendo el lento automóvil sobre el que viajaban los restos del ahora eterno. Todos detrás de él, mestizos, zambos, indios, negros, pardos y hasta algunos blancos. Venezolanos en su mayoría, pero también había chilenos de trenzas en el cabello y rápidas palabras dolorosas, esos hijos de Allende que siguen buscando las grandes alamedas. Colombianos desplazados lo seguían, de esos que fueron acogidos como el hermano que nunca debió marchar de casa, con abrazos, con besos y cerveza, con ron y tabaco, con la esperanza de algún día volver a ser además de una sola familia, una única gran casa. Brasileños lo seguían, y detrás del rastro de vida que dejaba aquel vehículo, dejaban tiradas en el suelo las lágrimas que suplantaron sus hermosas sonrisas. Con los pies descalzos y sin más tierra que la que estaba debajo de sus uñas, siguieron al cortejo, como los cubanos de hermosos ojos que nos prestaron para demostrarnos que los revolucionarios no tienen nacionalidad, para demostrarnos que nuestro hogar es aquel donde la revolución nos necesita, y que no importa en qué rincón del mundo dejemos olvidados los huesos, siempre y cuando seamos leales a lo que creemos. Como leales eran los 125 uruguayos que caminaba tras aquel vehículo sobre el que reposaba todo el dolor de la misma historia. Allí iban, tomados de la mano con sus amantes de este lado del Orinoco, gritando poemas tupamaros demostrando ser la clase media y el grupo intelectual más importante de Latinoamérica. Poemas a los que les respondían los peruanos, que acostumbrados a llorar, se estremecían al recordar que de su tierra, la más rica del continente nuevo, se alzaban en vuelo, cual cóndores blancos, Túpac Amaru con su indiada rebelde, Túpac Catarí con su indiada orgullosa, como los orgullosos kariñas en el norte del Orinoco o como el grandioso Pachacútec Yupanqui, constructor tan enorme como el cóndor al que seguían con pasos lentos y tristes, como parte del cortejo funerario. Los mismos pasos que daban los hijos de Sucre, con sus bellos ojos rasgados y sus pieles hechas de maíz, ciudadanos ecuatorianos que sabían tener al verdadero heredero del ahora inmortal comandante. Y si algún pueblo ese día, sabía de hombres eternos, esos eran los argentinos que arañaba lágrimas a la urna en el techo del automóvil, ellos que nos entregaron a Ernesto y a Eva y a Diego y Jorge y Horacio y a Julio y Mafalda, ellos a los que todos les debemos tanto, veían partir al hombre que nos recordó que somos hermanos, como lo fue él de su líder amado, a quien años atrás nos tocó despedir de formas parecidas. Y de aquella idea de hermandad, se hacían un escudo timorato los guyaneses del esequivo, con quienes los grandes imperios han estado empeñados en enemistarnos, con la esperanza poco discreta de que nos destruyamos mutuamente, pero que cuando el que se hizo inmortal nos recordó, que ellos eran tan víctimas de la historia, como nosotros mismo, le hicimos un ladito a nuestro costado, a pesar de ese idioma horrible que les obligaron a hablar, como 1el horrible idioma que a nosotros nos obligaron a hablar. Pues en América no quedaron lenguas propias, se mojó el araucano y el quechua, y en algún lugar se extraviaron el onoto y pemón, ¿A dónde fue a parar el wayú? Donde el tupi o el somari o el caribe, perdidos junto al aimara, porque esas son lenguas de salvajes que para decir ternura dicen madre. Quizá por eso, en aquel día tan triste, donde ni el cielo se movía, todos miraban con respeto a los defensores del Gran Chaco, a los paraguayos que en guaraní, decían hasta pronto al ahora eterno, como antes tuvieron que cantarle a Solano López y al sitió que la historia les tenía reservado. Y junto a ellos, y junto a todos nosotros, caminaban los hermanos menores de todos, los nobles bolivianos con su noble hoja de coca, tan noble como la del mezcal, como la de la mariguana, como la del mate o como la del café. Hojas que nadie allí necesitaba porque por primera vez en mucho tiempo, las conciencias no necesitaban ser ampliadas, pues tan grande fue el golpe de seguir el cortejo fúnebre del que siempre debe ser nombrado, que como si estuviéramos hechizados, los dolientes caminábamos, los dolientes pensábamos, los dolientes sentíamos, los dolientes llorábamos, y los dolientes nos dolía, pero ninguno de los estábamos allí, entendíamos realmente lo que estaba pasando. 

Era el funeral más anticipado de todos, pues todos sabíamos que él iba a morir pronto, y aunque nos negábamos a aceptarlo, a pensarlo siquiera, y a aunque bromeábamos sobre el tema y asegurábamos la fortaleza más digna posible, a todos nos sorprendió aquella tarde húmeda y silenciosa, aquella tarde odiosa que nos dejó en silencio absoluto. La tarde que no hizo falta lluvia para mojar el suelo, la tarde en que nuestros ojos se dibujaron de rojo y en los que balbuceábamos palabras con poco sentido. La misma tarde en que nuestras sonrisas se fueron a descansar en algún lugar y en donde el deseo de venganza se adueñó de nuestros corazones. Sabíamos que los enemigos de la historia, los hijos de la infamia, celebraban aquella noticia tan abrazadoramente triste. Desde nuestros refugios, con quebradas embauladas, con árboles de plátano y murales con el rostro del hombre eterno, escuchábamos sus risas en sus urbanizaciones de árboles foráneos, de esos que no dan frutos, ni sombra, ni aire, pero si un gran prestigio. Encendían la música más dicharachera posible, la que huele a gusanos y a pantanos floridos. Dispusieron de caravanas y mandaban cohetes de mil colores a estallar en el cielo. 

Todo el amor que él nos había enseñado, por el que él había predicado, se nos extravió por un segundo. Dejamos a un lado el escudo de Bolívar y tomamos entre nuestros dedos el azote de Boves, el olor de sus sangres azules nos impregnó el corazón, no permitiríamos que se burlaran de nuestro dolor, que celebraran la muerte del único ser que les había garantizado sus vidas de publicidad. Nos habían arrebatado a un padre, al padre más amoroso, más humano y más dedicado posible, y ellos, los hijos de la infamia lo celebraban, no podíamos permanecer tranquilos ante eso. Y cuando estábamos sobre nuestros corceles de acero, con las armas nada nobles dispuestas, cuando nos decidimos a saquear las posesiones que a fuerza del trabajo ajeno ellos han conseguido, el hermano mayor nos llamó a reflexionar. Nos llamó a la calma, a soportar con estoicidad ese momento, recordó las palabras rojinegras sobre nuestra otra venganza. Que sus hijos y los nuestros jueguen juntos y que el país en el que vivan, sea el país de los obreros, de las viviendas  otorgadas por el estado, de las computadoras en las escuelas de pobres, el país de la salud gratuita, de los viejos con pensiones y de la equidad entre géneros y etnias, en fin, un país de milagros, 

¿Qué mejor venganza contra sus burlas que esa? ¿Qué castigo más grande que saber que ahora él, nuestro padre, marcharía al pasillo de los inmortales mientras que ellos permanecerían en la nada, en la infamia y en el olvido? Por eso desensillamos los corceles y envainamos las espadas, y aunque siempre las mantuvimos cerca, alertas a cualquier póstula de ataque, caminamos todos juntos al funeral del que siempre debe ser nombrado. 

El negro era un color prohibido, nuestras franelas no podían tener ese símbolo de luto. Nuestro color era el rojo, como roja nuestra sangre, como rojo nuestros corazones, y como rojas las flores que empezaron a llover sobre la urna. Eran tantas y tantas de ellas, cada una delicada, con sus pétalos fracturados y con sus tallos repletos de espinas mínimas, que el vehículo se empezó a mover con más lentitud de lo que ya lo hacía. El peso de la urna sobre este, era el peso de quinientos años de lucha, de quinientos años de traiciones, de quinientos años de vejación, de burlas, de batallas ganadas y de guerras perdidas. Y por cada uno de esos quinientos años, por cada una de las lágrimas que borraron sonrisas y esperanzas, por cada uno de los momentos que no podían ser, llovieron mil flores. Pobre del automóvil que llevó aquel peso, pobre del hombre que conducía por las amplias calles frente a los barrios caraqueños. Pobre de ese hombre que no solo no podía llorar en aquel momento, sino que por herencia, le habían encajado sobre los hombros todo aquel peso. 

Pero aun así, seguíamos caminando, viendo en cada ventana y en cada balcón, una bandera roja y una fotografía del que siempre debe ser nombrado. Todos arrojando flores, papeles, peluches o franelas, todos queriendo ser parte más que del cortejo, de la historia, pues eso era lo que él nos había enseñado, que somos la parte más importante de la historia. Gracias a él aprendimos que nosotros el pueblo, no podemos ser víctimas del poder, pues éste reside en nosotros, pero que si somos una nación controlada por la paranoia, por los medios y la publicidad, no tenemos el derecho a llamarnos pueblo. Más que eso, él, que se hizo millones, que se hizo uno en todos nosotros, nos recordó el sagrado derecho a rebelarnos, por eso mientras caminábamos, por eso mientras los seguíamos hasta la montaña donde se elevaría como un cóndor, como un águila, como un colibrí, como una mariposa, como una polilla, en nuestros brazos brillaba el brazalete de tres colores que él mismo usó algún tiempo atrás. 

Que incomodos han sido siempre esos tres colores para los poderosos. Como odiaron los españoles al hombre que los trajo desde su mismo continente y al barco donde los hondeó. Cuánto daño le hizo al realismo el amarillo, el azul y rojo de Catalina. De esa bandera de tres colores, se desprendieron las demás banderas de este bravío mundo nuevo. Y aunque siempre se trató de eclipsarla de menospreciarla y hasta banalizarla, la verdad es que esa bandera de tres colores siempre representó rebeldía. Por eso era tan gracioso verla detrás de los dignos dignatarios de una lejana república a la que no volveremos, serviles y clientelares, esclavos de burgueses y esclavos de imperios norteños y atlánticos. Por eso es natural que los hijos de la infamia prefieran las barras y las estrellas o la cruz roja sobre el campo azur a esos tres poderosos colores. Por eso la llevamos en los brazos ese día pesado y triste, donde manchábamos cada pared con una frase que nos tocó entender de la peor manera posible. Patria Socialista o Muerte. 

Y así como nos acompañaban nuestros hermanos de la patria grande, a sabiendas de que solos no podíamos soportar el peso de aquello, la misma pachamama se compadeció de nuestras lágrimas, de nuestro dolor y de nuestros gritos, y nos prestó a varios de los suyos, para que supiéramos que ella, la primera protectora, nos cuidaba y nos acompañaba. Así, sobre las flores, sobre el ataúd sobre el automóvil, sobre el suelo, mariposas de mil colores empezaron a revolotear una al lado de la otra. Como si estuvieran bailando tango, una heliconia azul se movía en concordancia con una enorme y hermosa monarca. La larga argema resaltaba con su amarillo del sol sobre todas las flores y tallos verdes, sobre los cuales, cientos y cientos de nessaeas de ese mismo color, daban a parar luego de un corto sobrevuelo sobre las flores, sobre la urna sobre el automóvil sobre el suelo. Sobre las mismas flores que las perezosas y diminutas mesomenias besaban con sus largas lenguas y sus cuerpecitos de algodón. Los loros amazónicos en cada balcón y de cada ventana, encerrados en esas terribles cárceles en las que les hemos obligado a subsistir, repetían las mismas frases, que las guacamayas en bandada, con la energía de un huracán gritaban desde el enorme cielo, las misma frases que recogían del clamor de los que hacíamos parte del cortejo. Y en ese momento, un solo grito se escuchaba con solo juramento, con nuestras voces agotadas y con las bellas imitaciones de los loros verdes y rojos y de las guacamayas de largas colas y largas alas.

Comandante te lo juro, mi voto es para tu hijo. Comandante te lo juro, mi voto es para tu hijo. Comandante te lo juro, mi voto es para tu hijo. Comandante te lo juro, mi voto es para tu hijo. Comandante te lo juro, mi voto es para tu hijo. Comandante te lo juro, mi voto es para tu hijo. 

Ese fue el acuerdo al que todos llegamos, la única canción que ese momento podíamos cantar, y el sonido que las aves repetían. Era más que un mantra, un juramento con el que todos nos comprometíamos. Habíamos perdido al guía, pero éste, en su enorme sabiduría, había seleccionado a su sucesor antes de partir al largo viaje que lo llevaría al pasillo donde los grandes nombres de la historia lo esperaban con los brazos abiertos. Y aunque había otros gritos, otras consignas, ese fue el sonido que se levantó del inexistente silencio y el que nos guío desde el principio hasta el final del camino. Y para que no cupiera duda de que la Pachamama nos protegía, envió al compañero más fiel que conoce la humanidad, y de repente frente a nosotros, un pequeño perro de varios colores, corría apresuradamente, ladrando al frente, con más fuerza que todos nosotros, con la dosis de energía que necesitábamos para cantar. 

Vean al perro marcar, el camino a seguir, vean su fuerza y valor, aprendamos de él. No podemos desfallecer, necesitamos seguir, ir adelante es, por lo que hemos venido aquí. 
Prometemos no desfallecer, prometemos continuar, prometemos tu legado, oh comandante continuar. 
Vean al perro marcar, el camino a seguir, vean su fuerza y valor, aprendamos de él. Si un hermano cae agotado ayúdale a levantar, recuérdale cual es legado que debemos todos continuar, que si uno solo se rinde, varios más lo harán.  Recuérdale cuál es su responsabilidad. Oh hermano debes continuar, la revolución nos ha enseñado a caminar. 
Vean al perro marcar, el camino a seguir, vean su fuerza y valor, aprendamos de él. Oh hermano debes continuar, la revolución nos ha enseñado a caminar. 

Y aunque no parábamos de llorar, y aunque en nuestras gargantas, el sabor amargo se acumulaba, no parábamos de caminar. Éramos millones, sí, pero éramos solo uno. No había Valentinas, ni Ernestos, ni Josés ni Marías, todos teníamos el mismo nombre y dolor era nuestro apellido. Pero con la fuerza que él dejó en nosotros, con el canto, y con el perro altivo reclamándonos en cuanto nos deteníamos, proseguimos nuestra larga marcha. Ya no veríamos más su cálida sonrisa, no mandaríamos más al carajo los ridículos prejuicios machistas, cuando viéramos a hombres gritarle que lo amaban, ni reiríamos de forma cómplice cuando una hermosa mujer le dijera eso mismo. Y recordamos su voz, la voz más reconocible de la historia de este país, la única voz que todos habíamos escuchado la amaramos u odiáramos, la voz de cantos desafinados, ¡Dioses como nos haría falta aquello!, pensamos. Y como el pensamiento de todos era uno en ese momento, una nueva canción se levantó por sobre nosotros, para acompañarnos en ese trayecto cada vez más largo pero cada vez más nuestro. 

Adiós comandante querido, hemos venido a tu entierro, solo que no serás enterrado, porque ese es el destino de los que no serán eternos. 
Tu iras cantando de aquí para allá, desde Amacuro hasta Cabimas, desde Caracas hasta Santa Elena. Tu voz se hará una con las voces de los copleros y con los violines de los niños en los cerros. 
Adiós comandante querido, algún día algunos de nosotros te seguiremos. 
Solo te pedimos que no dejes de vernos, pues todos juntos cumpliremos tu sueño. Sueño que tomamos como nuestro, pues tú lo tomaste de nosotros.
Serás huracán llano adentro y crecida de río en la selva, serás llovizna fresca, Oh comandante serás eterno. 
Serás huracán llano adentro y crecida de río en la selva, serás llovizna fresca, Oh comandante serás eterno. 

Cuán duro era pensar en ese momento, cuán duro aceptar lo que estaba pasando, cuán difícil era ver a nuestros hermanos con las misma lagrimas que inundaban nuestros rostros. Y sin embargo, allí estábamos, con los corazones apretados con tanta fuerza como con la que apretábamos las manos de los que nos acompañaban. No éramos parte de un muro y la hipocresía estaba en un lugar totalmente distinto. Realmente sentíamos que sobre nuestras cabezas, un manto enorme caía, volveríamos a reír, volveríamos a cantar y volveríamos a soñar, nuestras vidas continuarían, eso era imposible negarlo, y era absurdo fingir una muerte espiritual. Debíamos hacer exactamente lo contrario, ahora nos tocaba luchar un poco más que en los días en los que él nos acompañaba. Bajo las piernas de muchos de nosotros se sentiría el costillar de Rocinante pero nunca más podríamos bajar las alabardas, había que seguir luchando contra los gigantes. Nos costaba mucho creer que él nos hubiera abandonado.

 Estábamos seguros de que luchó hasta el último suspiro pues así lo recordábamos, llamando  diablo al diablo en su propia casa, dándole la vuelta al mundo para voltear el mundo, recordándole al catoliquísimo rey que es un perfecto hijo de puta como los reyes antes de él, especialmente la puta de Isabel. Nosotros los indios lo recordábamos en la Gran Sabana, con las cuatro plumas rojas sobre las sienes, Kariñas, Waraos, Wayus, Yanomamis y Pemones lo aceptamos como hijo de Canaima e hijo de Malei’wa, como tantos años atrás aceptamos a Baruta y antes de él a Wuaikaipuro. Era un guerrero y a los guerreros se les honra luchando, no existe otra forma. Y fueron los argentinos los que nos lo recordaron, que cuando un guerrero muere, se hace uno con sus hermanos de armas. 

El comándate no se murió. 
El comandante se hizo millones, el comándate se multiplicó. 
El comándate no se murió. 
El comandante se hizo millones, el comándate se multiplicó. 
El comandante soy yo. 
El comandante es parte de vos. 
El comandante somos todos, sos vos, soy yo. 
El comándate no se murió. 
El comandante se hizo millones, el comándate se multiplicó. 
Míralo caminar, míralo marchar. 
El comandante camina a mi lado, grita a mi lado y lucha conmigo hoy. 
Porque… El comándate no se murió. 
El comandante se hizo millones, el comándate se multiplicó. 
El comandante sos vos, el comandante soy yo. 
El comandante es el niño, es la niña, el comandante soy yo. 

Tocaba seguir viviendo, de la forma que aprendimos de él. ¡Dioses que suerte tuvimos! Nos tocó ser parte de la generación que siguió al comandante de sueños libres. En los libros de historia del futuro se le recordará y a nosotros con él, pues ningún hombre llega a ser grande si un pueblo no lo apoya, no lo sigue, y no cree en él. Ese día nos dimos cuenta de lo que representábamos en la historia. Cientos, quizás miles de veces, él nos lo había dicho, pero no lo entendíamos o no lo creíamos, pero cuando vimos a tanta personas tan distintas caminar de la mano, cuando generaciones totalmente distintas eran embargadas por un mismo sentimiento, supimos, que escribimos junto a él, los primeros párrafos de la nueva historia de la patria grande latinoamericana. 

Y en ese momento, mi generación, los hijos e hijas del Caracazo, del Fondo Monetario Internacional, del neoliberalismo, del Nuevo Orden Mundial, y del fin de la historia, entendimos a fondos las palabras del eterno Alí Primera. 

Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos. 
Y a partir de este momento, está prohibido, llorarlos. 
Que se callen los redobles en todos los campanarios. Vamos un pal carajo, que para amanecer no hacen falta gallinas… sino cantar de gallos. 
Canta. Ellos nos serán bandera, para abrazarnos con ella. 
Y el que no la quiera usar, que abone la pelea. 
No es tiempo de recular ni de vivir de leyendas. 
Canta, canta compañero, que no falte canción. 
Canta, canta compañero, si te falta corazón, tiene este corazón. 
Que tiene latir de bombo, color de vino ancestral, tiene su cuenca de lucha cabalgando al viento austral. 
Canta, canta compañero, canta, canta compañero, canta, canta compañero. 

Sabíamos que en ese momento ellos nos veían, que los hijos de la infamia, desde sus cajas de lujo nos observaban, con burlas y odio para disimular la envidia. Ninguno de sus funerales sería así, los que lloraran en ellos, serían pares de la hipocresía, los que los siguieran, no lo harían por cariño, sino por rescatar de ellos lo que pudieran. Envidia porque jamás alcanzarían la inmortalidad, envidia porque jamás unificarían a la nación en pro o en contra de ellos. La muerte del comandante representaba su propia muerte, pues aquellos que solo son fieles a sí mismos, a sus liderazgos mezquinos y a sus interese de pacotilla, encontraron en el comandante, al enemigo perfecto, el enemigo que los unía. Sin él en el panorama, solo había un grupito de viejos conservadores rencorosos que jamás conocieron el amor de los descamisados, y un grupucho de niñitos malcriados y caprichosos, ultraconservadores y petimetres, los seres más asquerosos posibles, los hijos de la generación de los bobos; todos devorándose entre sí, como las ratas escuálidas y famélicas a las que emulan. 

No somos parte de un mismo pueblo ni somos una misma nación. Ellos y nosotros somos dos países, dos pueblos y dos naciones totalmente distintas. Somos enemigos por naturaleza, tanto de los líderes, como de los tontos útiles, como del ejército de mascomocos idiotas que le siguen ciegamente. Esos que ese día nos veían y se reían de nuestro dolor, porque son incapaces de comprender el amor más allá de lo que han enseñado en los medios. Y justamente fue amor lo que nos enseñó el que debemos recordar siempre. Amar a la patria, a las aves que trinan, a los amigos, a los camaradas, a los caimanes en el delta del Caroní y a los perros en las calles de Caracas. Amar a los hermanos de la patria grande, pues amar es el acto más revolucionario posible. Como amé a la dulce uruguaya de cabello negro y anteojos del mismo color que alzó su voz junto con todos nosotros en ese momento. 

Ésta mañana, me he levantado, oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao. 
Ésta mañana, me he levantado, y he ido por el opresor. 
Oh guerrillero, me voy contigo, oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao. 
Oh guerrillero me voy contigo, porque me siento aquí morir. 
Y si yo caigo, en el combate, oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao 
Y si yo caigo, en el combate, pongo tus manos mi fusil. 
Es mi deseo, seguir luchando oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao.
 Es mi deseo, seguir luchando, por el socialismo y por vos. 
Cava una fosa, en la montaña oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao. 
Cava una en la montaña, y a la sombra de una flor…. Así la gente cuando la vea, gritará “Viva la revolución” 
Ésta es la historia, de un camarada, oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao. 
Ésta es la historia, de un camarada, muerto por la libertad. 

Y así llegamos al final del camino, a su academia azul de pisos grises. Ocho kilómetros caminamos, ocho kilómetros luchamos por cada paso, ocho kilómetros guiados por un hijo de Nevado, para acompañar a un hijo de Bolívar. Ahora estará al lado de Pedro, de Augusto Cesar, y de Ernesto. De Vladimir, de Camilo y de Emiliano. Él ya hizo su parte, ahora nos toca a nosotros. Por eso es tan importante, seguir adelante, por eso es tan preciso entender que no podemos rendirnos, o todo habrá sido en vano, por eso es tan necesario, que resistamos. 

¡Y resiste! Quiere pasar el fascismo, quiere pasar el fascismo, quiere pasar el fascismo, mamita mía aquí no pasa nadie, no pasa nadie. 
Patria grande que bien resistes, patria grande que bien resistes, patria grande que bien resistes, mamita mía a los fascistas. 
Porque los revolucionarios, porque los revolucionarios, porque los revolucionarios, mamita mía que bien te guardan. 
Quiere pasar el fascismo, quiere pasar el fascismo, quiere pasar el fascismo, mamita mía aquí no pasa nadie, no pasa nadie. 
Patria grande que bien resistes, patria grande que bien resistes, patria grande que bien resistes, mamita mía a los fascistas. 
Porque los revolucionarios, porque los revolucionarios, porque los revolucionarios, mamita mía que bien te guardan 
¡No pasaran! ¡No pasaran! ¡No pasaran!

Fex López Álvarez

viernes, 4 de marzo de 2016

Desnuda

Me encanta verte caminar desnuda por la casa.
Con el cabello alborotado, con las marcas de mis dedos en tus nalgas y el resto de mis besos en tu cuerpo.
Me encanta verte desnuda.
Con los senos turgentes a los que le hace tiempo le arranqué a mordiscos la decencia.
Sin ganas de arrastrar los pies pero deseosa de que te haga el amor.
Me gusta verte desnuda.
Bajo mi,
             sobre mí,
                            o a mi lado.
Que esa odiosa regla de la ropa sea opcional en nuestra casa.












Fex López Alvarez